El pasado lunes, usuarios de redes sociales denunciaron con fotos la emisión nacional de un programa matutino de entretenimiento coincidente con el inicio de la gestión escolar. Allí se vio a las conductoras del programa vestidas de colegialas, portando mini-minifaldas y camisas ceñidísimas casi sin abotonarse, así como coletas de niña y tacones. Resulta desagradable describir tal escena, pero abundan ejemplos cotidianos de similares prácticas en canales bolivianos capaces de ilustrar la problemática.
Por ello, dejar de ver emisiones nacionales es la solución que muchos encontramos, en mi caso, hace más de una década. Hallaba nocivo que muchachas coetáneas bastante desarropadas presentaran las noticias, el clima o la agenda semanal y que primara el escote o la pierna antes que el contenido del reportaje. Me violentaba que los presentadores hicieran bromas pícaras a las presentadoras y que ellas respondieran incómodas con media sonrisa. Que eso no haya cambiado, o se haya incluso normalizado, no habla solo de los medios, sino principalmente de nuestra sociedad.
Retornemos al programa en cuestión. ¿Qué prima en la escala de valores y/o criterio comunicacional del jefe de contenidos del canal televisivo para hacer coincidir de forma expresa ese provocativo atuendo (con pasarela, baile y piropo incluidos en la transmisión en vivo) con el reinicio del año escolar, el cual sucede tras haber sido clausurada la gestión precedente a escasos meses de haberse iniciado? En 2020, millones de niñas, niños y jóvenes en Bolivia fueron privados de su derecho a la educación por una administración nefasta que se valió de la pandemia para excusar su incompetencia y ahondó la brecha educativa y digital entre estudiantes de diferentes sectores de la sociedad. Resulta pues inoportuno honrar de tal modo esta histórica reanudación educativa.
Más allá de la cosificación de las mujeres en nuestra televisión en general y de la hipersexualización de una colegiala en concreto, cabe cuestionar cómo afectan a la audiencia nacional escenas similares, que nos son tan cotidianas. ¿Su mensaje apunta a la madre o al padre del hogar? Al fin y al cabo, la televisión es un reflejo de la sociedad. El hecho de que no cuestionemos estas prácticas comunicacionales sistemáticamente degradantes confirma el lugar que, en presente continuo, ocupamos las mujeres en la sociedad. Basta escuchar unos minutos alguna de estas revistas matutinas para notar que son los conductores varones, por lo general mayores, quienes dirigen el hilo de la información y de la conversación, mientras las conductoras se remiten a responder, a entretener a los invitados o subyugarse a un rol de ornamento publicitario y de vestuario.
Pues bien, ¿de qué forma se vincula este tipo de prácticas nocivas a la violencia multinivel que enfrentamos hoy las mujeres? Es decir, cotidianamente aceptamos la minimización y frivolización de la mujer que la televisión nos ofrece, generando un círculo vicioso entre proveedor y consumidor de contenidos. Los medios ajustan su programación a la supuesta demanda de la audiencia y así transcurre, cíclicamente, la naturalización e irradiación de la asimetría de género.
Las violencias contra la mujer no son producto de un día, si no resultado de una construcción social en movimiento y tensión constante. Habrá que continuar tensionando para que las principales casas televisivas se reinventen de una forma más creativa, educativa e informativa, permitiendo a las conductoras mujeres cumplir su papel de forma más ética, activa y diversa.
En suma, aquí no se trata de un solo canal o evento específico, si no de un tema recurrente que naturaliza el escudriño casi milimétrico de la silueta de las conductoras. Además, la asimetría de agencia y participación entre las y los conductores en un set televisivo es un fenómeno generalizado. La violencia simbólica ejercida contra la mujer mediante los estereotipos estéticos que dominan la pantalla refuerza el imaginario colectivo sobre el rol accesorio de la mujer. Si los canales buscan llegar a una mayor audiencia, será necesario que empiecen a reflejar a (más de) la mitad de la población nacional de una manera más justa y saludable. La televisión detenta la capacidad de ingresar en la intimidad de miles de hogares simultáneamente, motivo suficiente para que se responsabilicen por los contenidos que difunden. (ABI)
Natalia Rodriguez Blanco